¿Qué consecuencias tiene tirar los tampones por el inodoro?
No podemos decir que no tengamos un aviso en cada puerta. Normalmente, un DinA4 blanco enganchado con cinta adhesiva a las paredes de los baños públicos nos recuerda que evitemos tirar tampones, compresas o toallitas a los inodoros. Y es normal. Según la ONG británica Women’s Enviromental Network, el uso de este tipo de productos genera unas 200.000 toneladas de basura al año en el país, una cifra que perjudica gravemente al medio ambiente y que ha dejado graves incidencias en ciudades como Londres: en 2013, una enorme bola de grasa de 15 toneladas colapsó la red de alcantarillado de la capital durante 3 semanas.
Pero no hay que irse lejos de casa para concienciarnos de las consecuencias negativas que toallitas o tampones tienen en el funcionamiento de cualquier estructura depuradora. Se calcula que cada persona tira al inodoro un kilo y medio de estos residuos cada año. En Barcelona, en 2017 se recogieron 4.400 toneladas de residuos sólidos: la mayor parte eran toallitas húmedas. En paralelo, en ciudades como Manresa o Lleida se contabilizaron 17 y 247 toneladas, respectivamente. ¿Qué significa esto? Un grave perjuicio para los sistemas de saneamiento y, de retruque, un problema de dominio público que afecta toda la sociedad por igual.
Tiramos al inodoro 1 kg y medio de residuos sólidos al año
Pero el vertido de estos productos higiénicos desechables no solo tienen un impacto perjudicial en términos sociales, medioambientales o sanitarios, sino también en el ámbito de las arcas públicas. El mantenimiento de las redes de alcantarillado, que se ven gravemente sobre expuestas a este tipo de residuos, propicia un sobrecoste económico y administrativo valorado en un intervalo de entre 500 y 1.000 millones de euros, según EurEau, la federación europea que aglutina diferentes asociaciones nacionales de los servicios de agua. Pero esto podría evitarse fácilmente entre todos y con este objetivo el pasado 2019 la Generalitat de Cataluña puso en marcha la campaña “Estamos creando un monstruo, esto no es ninguna película”, un grito a la responsabilidad individual y a la concienciación pública para informar que productos como toallitas, tampones, palillos para las orejas o compresas no se degradan y atascan las depuradoras.
Las personas que menstrúan tienen un papel importante en todo esto, puesto que una gran parte de estos productos están diseñados exclusivamente para contribuir y facilitar la higiene íntima en periodo de menstruación. Hoy en día, las compresas, los tampones, los salvaslips y los aplicadores tienen un denominador común: tardan en biodegradarse y el plástico con el que están fabricados tarde más de 300 años al desaparecer. Haciendo un cálculo aproximado, alguien que tenga la regla utilizará entre 7.000 y 8.000 productos de higiene menstrual a lo largo de su vida - teniendo en cuenta que las personas con vagina tienen la menstruación una media de 40 años. ¿Qué hacemos, entonces, si necesitamos mecanismos eficientes de higiene íntima y no queremos perjudicar el entorno donde vivimos?
¿Por qué nos gusta la copa menstrual?
La respuesta a todo esto se llama copa menstrual y ya hace unos años que se ha levantado como la alternativa más ergonómica, natural y beneficiosa tanto para las personas que menstrúan como para el medio ambiente. Fabricado con silicona médica, este nuevo instrumento es hipoalergénico, recoge la sangre y el flujo vaginal sin alterar la flora y se adapta a cada persona en función de factores como la edad, haber tenido relaciones sexuales o haber parido vaginalmente. Pero una de sus características estrella y la que más la relaciona con el medio es que se trata de un producto reutilizable y, por lo tanto, minimiza el impacto medioambiental y reduce los residuos plásticos. Este hito es crucial si tenemos en cuenta que, cogiendo datos de la Agencia Catalana de Residuos, una persona puede generar hasta 6 kg. anuales de residuos relacionados con la menstruación.